Jorge
Agustín Nicolás Ruiz de Santayana y
Borrás, poeta y filósofo
español-norteamericano, fallecido a mediados del siglo
pasado, escribió lo siguiente:
El
progreso, lejos de
consistir en el cambio, descansa en la retentiva.
Cuando el cambio es absoluto no queda ser alguno al que mejorar y no se
establece dirección para una posible mejora; y cuando la
experiencia no se conserva, como entre los salvajes, la infancia es
perpetua. Quienes no pueden recordar el pasado están
condenados a repetirlo. En la primera etapa de la vida la mente es
frívola y se distrae con facilidad, no consigue el progreso
por falta de constancia y consecuencia. Así son los
niños y los bárbaros, su instinto no ha aprendido
nada de la experiencia.
La cita tiene vigencia. En el pasado han
existido
situaciones donde la
aplicación incontrolada de nuevos descubrimientos ha
traído por consecuencia graves daños, e incluso
la muerte, a muchas personas. Un ejemplo muy concluyente es el del uso
arbitrario de los rayos x en sus comienzos.
Al poco tiempo de aparecer los primeros
equipos para
hacer
radiografías surgieron en los Estados Unidos salones de
belleza que empleaban los rayos x para depilar los vellos en diversas
partes del cuerpo, principalmente de mujeres jóvenes. El
procedimiento fue promovido, entre otros, por el médico
Albert C. Geyser, quien se presentaba con los siguientes atributos
(según el original en idioma inglés):
Medical Director of the Tricho
System,
Formerly, Professor of
Physiological Therapy and Chief of Clinic at Fordham University,
Lecturer and Chief of Electro and Roentgenray Clinic at Cornell
College, Lecturer and Chief of the Electro and Radio Therapy Clinic at
the New York Polyclinic, Etc.
En fin, suficientes títulos
como para creer a
pie juntillas
todo lo que afirmara.
Para 1925 existían en los
Estados Unidos
alrededor de
setenta y cinco máquinas Tricho diseñadas para
eliminar los molestos e indeseables vellos en las mejillas y el labio
superior de señoras y señoritas –y
quizás de algún que otro insatisfecho caballero.
Sin embargo, al cabo de unos pocos años se
comprobó que una gran dosis única de
radiación, o muchas dosis pequeñas repetidas en
largos períodos de tiempo, podían
dañar seriamente los tejidos sin que se notara de inmediato,
causando lesiones que salían a la luz meses o
años después. Las lesiones se manifestaban como
cambios en la pigmentación, queratosis, úlceras y
la aparición de carcinomas que conducían a la
muerte.
En 1930, el doctor Henry H. Hazen
publicó un
artículo titulado “Daños como resultado
de la irradiación en los salones de belleza”,
1
donde aparece escrito lo siguiente:
Hace
alrededor de 5
años cierto número de salones
de belleza en varias ciudades instalaron máquinas Roentgen
con el propósito de tratar el vello superficial. [...]
(también) se aplicaron tratamientos para otras condiciones.
[...] En mi lista hay una paciente que alegaba haber sido tratada por
acné, y otra por pecas.
En su gran mayoría eran
mujeres con edades
entre dieciocho y
treinta años.
Más adelante resume el doctor
Hazen:
En
varios congresos han
aparecido muchos reportes de daños a
la piel causados por los tratamientos de rayos Roentgen en los salones
de belleza. [...] En esta serie de 10 casos no menos de 7 mujeres han
recibido serios daños. [...] Es de notar que en cada caso
apareció una irritación a partir de la tercera o
cuarta sesión y que, no obstante, se continuó la
aplicación de los tratamientos. No podemos dejar de
maravillarnos de la estupidez de los operadores y de la persistencia e
ignorancia de las víctimas. Cualquier medida para proteger
de su propia tontería a las mujeres que buscan mejorar su
apariencia es recomendable. Es asombroso que en muchas comunidades las
actas de práctica médica incluyan solamente la
prescripción de medicamentos y permitan a cualquier
fisioterapeuta aplicar sus prácticas sin permiso o
interferencia, con un total desprecio por los peligros potenciales de
su proceder.
Lo que resulta aún
más sorprendente es
que
situaciones similares se produzcan en la actualidad, no con los rayos
X, sino con otros procedimientos que, por novedosos, han sido poco
estudiados. Usualmente prometen un máximo de beneficios con
un mínimo de molestias, aunque en realidad su eficacia no ha
sido demostrada, y a la larga pudieran resultar dañinos para
el paciente. La situación es mucho peor cuando los
practicantes se ven estimulados por la indiferencia, la tolerancia, y a
veces el apoyo oficial (no faltan lugares donde incluso se intenta
silenciar oficialmente las denuncias de los periodistas mediante
criterios dogmáticos de autoridad. Nada más
cercano a Galileo y la Santa Inquisición).
Una vez introducidos, los supuestos
tratamientos
benéficos
son muy difíciles de erradicar. Sirva de ejemplo el hecho de
que, a pesar de que el procedimiento de Tricho podía llegar
a causar la muerte, reportes de víctimas dañadas
aparecieron en las revistas médicas hasta unos quince
años después, bien entrada la década
de 1940.
La referencia a Santayana viene de lo siguiente: los rayos X son en
realidad radiación electromagnética de muy alta
frecuencia (por encima de los miles de millones de hertzios).
Actualmente se ensaya la aplicación de radiaciones de muy
baja frecuencia. En la literatura médica
contemporánea se denomina así la que corresponde
a frecuencias entre 20 y 100 Hz. Para comparar, la frecuencia de la red
comercial doméstica es de 50 Hz en Europa y de 60 Hz en
América. También es usual encontrar campos
pulsantes, que no se aplican de forma continua, sino por impulsos de
corta duración, con una frecuencia algo mayor.
Existe evidencia de que la actividad
eléctrica
está presente en el cuerpo humano en todo momento. Es
posible medir los potenciales causados por las corrientes en el
corazón (electrocardiograma) o en el cerebro
(electroencefalograma). Un hueso sometido a un esfuerzo
mecánico también puede generar diferencias de
potencial (efecto piezoeléctrico). De manera que no es
absurdo suponer que la aplicación de una corriente
eléctrica adecuada de baja intensidad pudiera afectar los
tejidos de distintas maneras. Esa corriente se puede aplicar
directamente, a través de contactos en la piel, o
indirectamente mediante un campo electromagnético de baja
frecuencia –que genera campos eléctricos y
corrientes en el interior del cuerpo. La palabra
“adecuada” es importante; los tejidos responden de
muy diversa forma a diferentes señales
eléctricas, en dependencia tanto del tejido particular
considerado como de la señal aplicada.
Aunque hay muchas otras aplicaciones
reportadas, la
radiación más estudiada es la que se aplica a las
fracturas óseas. Si bien el mecanismo no está
totalmente esclarecido, diversos estudios reportan que la
radiación estimula los procesos biológicos
referentes a la osteogénesis (formación del
hueso) y a la asimilación de implantes. Usualmente se
emplean frecuencias entre 20 y 100 Hz con intensidades del campo
aplicado muy pequeñas, entre 0.5 y 8 militesla, y
duración de hasta 30 minutos. El tratamiento puede
extenderse durante días o meses.
Pero junto a los reportes de ensayos
realizados en
animales, aparecen
otros aplicados a las personas, a pesar de que no se ha demostrado a
plenitud que estos tratamientos sean siempre benéficos o
siquiera efectivos, y de que hay investigadores que alegan que la
regeneración del hueso pudiera ocurrir de manera indeseable.
Un artículo muy documentado,
basado en
ensayos en animales y
publicado en 2003
2
titulado
“Estimulación
biofísica de la reparación de huesos fracturados,
regeneración y remodelación” concluye
que “[...] sin conocer con precisión el mecanismo
celular asociado a la respuesta de los tejidos a estas intervenciones,
resultaría difícil e inefectivo implementar una
terapia apropiada acorde a la prescripción
clínica precisa’’. Más
adelante señala: “[...] se requiere un esfuerzo en
este sentido para lograr la suficiencia en la aplicación
clínica”.
Y al final de la publicación,
en un
intercambio con los
árbitros, los propios autores advierten: “[...]
utilizar esta tecnología de forma indiscriminada (sin
prescripción y supervisión apropiada) puede
causar efectos secundarios indeseados, e incluso
dañinos”.
Pero la radiación
electromagnética de
baja
frecuencia no sólo se aplica en los huesos.
También en la cabeza para, supuestamente, calmar los dolores
o la ansiedad, o en cualquier otra parte del cuerpo con diversos fines.
Existen equipos comerciales en los que se puede introducir el torso
completo de una persona.
Un extenso reporte de la Universidad de
Washington,
en 2004, firmado
por H. Lai y N.P. Singh
3
señala que “[...] ratas
expuestas a campos sinusoidales de 60 Hz por dos horas, a intensidades
de 0.1-0.5 mT, mostraron incremento de la rotura de cadenas simples y
dobles de ADN en las células del cerebro”. Tal
resultado debiera indicarle a los terapeutas magnéticos
contemporáneos no aplicar indiscriminadamente campos de baja
frecuencia cerca de la cabeza de los pacientes, al menos hasta tener
mayor información sobre el tema. Si el efecto
también se presentara en otro tipo de células
–lo que es muy probable–, al exponer los ovarios o
los testículos a estas radiaciones se podría
dañar el adn de óvulos y espermatozoides. Como
son entidades unicelulares, se incrementaría así
la probabilidad de que el paciente llegue a procrear hijos con alguna
anormalidad.
Y, a fin de cuentas, el tratamiento con
radiación de bajas
frecuencias tampoco resulta ser tan novedoso. Una
fotografía4 muestra una paciente durante la
aplicación del Theronoid, producido en los Estados Unidos a
partir de 1928. Este dispositivo consistía en un enrrollado
toroidal de alambre conductor de unos 50 cm de diámetro con
una caja adosada y dos controles: uno de apagado/encendido y otro de
alta/baja, para regular la intensidad. Diseñado para
aplicaciones caseras, el paciente lo conectaba a la corriente de la
vivienda para autoaplicarse tratamientos diarios de 3 a 5 minutos de
duración. Como siempre ocurre con estas terapias
maravillosas, los autores afirmaban que podía curar casi
cualquier dolencia, desde el estreñimiento hasta la
parálisis. En 1933, la Comisión Federal de
Comercio de los Estados Unidos prohibió la publicidad del
Theronoid como dispositivo terapeútico.
4
R E F E R E N C I A S
1
American Journal
of Roentgenology and
Radium Therapy Vol.23, No.4,
409-412; 1930.
2 European
Cells and Materials, Vol. 6, p.72-85
3 Environmental
Health Perspectives, 112, 6, p.687-694, Mayo 2004.
4
http://www.americanartifacts.com/smma/index.htm
Arnaldo
González Arias
Departamento de
Física
Aplicada,
Facultad de
Física,
Universidad de La Habana.
email:
arnaldo@fisica.uh.cu