El trabajo humano, los espíritus y la lluvia.
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© Yael Martínez/Orlando Velázquez. De la serie La sangre y la lluvia, 2016/2017.
TODO ESTÁ LLENO DE ESPÍRITUS
En 1629 Hernando Ruiz de Alarcón, teólogo nacido en Taxco, Guerrero, escribió un Tratado de las supersticiones y costumbres gentílicas que hoy viven los indios naturales desta Nueva España.
El texto estaba destinado a combatir lo que el clérigo
consideraba idolatrías inspiradas por el demonio. En él
encontramos descripciones de un pensamiento religioso y
prácticas rituales que conforman una cosmovisión que ha
perdurado, gracias a constantes transformaciones, hasta nuestros
días en los pueblos indígenas y campesinos del estado de
Guerrero. La persistencia de estas costumbres ha sido posible, en buena
medida, debido a su capacidad de adaptación al catolicismo que
llegó a la región con la conquista española,
quiero decir, el santoral cristiano fue adoptado e inducido a cumplir
las funciones que en el ciclo agrícola cumplían y cumplen
antiguas deidades, espíritus de la naturaleza y espíritus
de los antepasados. Escribe Ruiz de Alarcón:
[...]
por su ignorancia tenían y tienen tan varios dioses y modos de
adoración tan diferentes, que venido a averiguar el fundamento y
lo que son todos, hallamos tan poco de qué echar mano, como si
quisiéramos apretar en el puño el humo o el viento. Lo
cierto es que casi todas las adoraciones actuales [...] y a lo que
podemos juzgar son las mismas que acostumbraban sus antepasados, tienen
su raíz y fundamento en tener ellos fe que las nubes son
ángeles y dioses, capaces de adoración, y lo mismo juzgan
de los vientos, por lo cual creen que en todas las partes de la tierra
habitan, como en las lomas, montes, valles y quebradas. Lo mismo creen
de los ríos, lagunas y manantiales, pues a todo lo dicho ofrecen
cera e incienso, y a lo que más veneración dan y casi
todos tienen por dios, es el fuego.

© Yael Martínez. De la serie La sangre y la lluvia, 2017.
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LA DUALIDAD SAGRADA Y LOS SANTOS
La antigua cosmovisión mesoamericana, que nutre el pensamiento
religioso de los pueblos actuales, concibió un principio que
rige la vida del universo y todos sus componentes, ese principio, que
está en el origen de todas las cosas es Ometéotl, la
Dualidad Sagrada.
El mundo existe como una suerte de desdoblamiento de
esta dualidad primigenia en la que se reconoce un principio masculino:
Ometecuhtli, el Señor-dos; y otro femenino, Omecíhuatl,
la Seño-ra-dos. Estas deidades se encargaron de crear a los
demás dioses, principalmente a Quetzalcóatl
“Serpiente Emplumada”, y Tezcatlipoca “Espejo
Humeante”, quienes se encargaron, a su vez, de crear el mundo
donde viven los humanos. Un mito de origen nahua muestra cómo la
tierra fue concebida como un inmenso monstruo, Tlaltecuhtli, con ojos y
bocas en las coyunturas, con las que mordía como una bestia
salvaje. Quetzalcóatl y Tezcatlipoca, bajo la forma de
serpientes cósmicas, atraparon el cuerpo de Tlaltecuhtli y lo
partieron por la mitad, creando así el cielo y la tierra, a la
que había que alimentar con ofrendas y sacrificios para obtener
de ella todo lo necesario para la vida humana. Del cuerpo terrestre de
Tlaltecuhtli surgieron todos los alimentos; sus cabellos se
convirtieron en árboles y yerbas; de su piel brotaron infinidad
de vegetales y flores; de sus ojos surgieron pozos, fuentes y
pequeñas cuevas; de la boca nacieron los ríos y las
grandes cavernas; de la nariz se formaron las grandes montañas y
los valles.
El mito refiere que la diosa pedía corazones
para alimentarse y se negaba a dar sus frutos si no se le
proporcionaban. A partir de ese momento creador hay una relación
de reciprocidad con la tierra como generadora de vida y con todos los
fenómenos meteorológicos asociados al ciclo
agrícola, que son concebidos no solo en su forma natural como
vientos, nubes, rayos, montañas, manantiales y ríos, sino
además como ámbitos habitados por seres espirituales con
los que es posible establecer una relación ritual, a
través de sueños, invocaciones, disposición de
ofrendas y rogativas para obtener de ellos los bienes materiales y
espirituales que permiten la vida de las comunidades.
COMER LA TIERRA Y SER COMIDO POR ELLA
La
antropóloga Catharine Good ha hecho notar la existencia entre
las comunidades nahuas de Guerrero del concepto Chicahualiztli, que se
refiere a la fuerza que circula entre los humanos, la naturaleza y los
espíritus, haciendo posible la generación de la vida y la
retribución a cada cual de acuerdo con lo que ha contribuido en
la creación de bienes materiales y energía vital
indispensable para mantener los mundos humano, natural y espiritual.
“Nosotros comemos la tierra y la tierra nos come a
nosotros”, le dijeron a Catharine Good campesinos de la
región cuando explicaban que al comer maíz (que a su vez
se alimenta de la tierra) finalmente se alimentan de tierra, que es la
que produce la fuerza (Chicahualiztli) que nutre tanto al maíz
como a los animales que se alimentan de él, y a los humanos que
comen tanto esos animales como el grano.
Así mismo, al morir los humanos y los
animales, la tierra se alimenta de esos cuerpos y de los residuos
vegetales, nutriéndose a su vez de esa fuerza y
transformándola en fuerza vital convertida en alimentos
vegetales.1 Estamos, pues, ante
una visión que concibe la relación de los humanos con el
mundo en términos de una economía holística, en la
que todo aquello que se obtiene de la naturaleza tiene que ser
restituido ritualmente, a fin de conservar un equilibrio
benéfico tanto para la naturaleza y los seres que la habitan,
como para los humanos
y las plantas y animales que cohabitan con ellos.
EL RAYO Y EL ARCOÍRIS
La
lógica de la dualidad (que consiste esencialmente en una
relación de oposición complementaria en la que cada
elemento debe su presencia a la existencia de su contrario) está
latente y operando en todas las cosas y seres que habitan el mundo,
manifestándose en una polaridad cuya alternancia permite el
movimiento del cosmos y el funcionamiento de cada organismo. De este
modo son posibles lo oscuro y lo luminoso; lo frío y lo
caliente; lo húmedo y lo seco; lo femenino y lo masculino; el
cielo y la tierra; la salud y la enfermedad; lo bueno y lo malo,
etcétera.
Siguiendo el Códice Florentino
Francoise Neff distingue una oposición entre dos entidades
fundamentales de la antigua religión indígena:
Quetzalcóatl Totec y Tláloc, que se encuentran presentes
en los actuales ritos de petición de lluvia en la Montaña
de Guerrero, especialmente cuando se celebra el paso de la temporada de
sequía a la estación de lluvias y viceversa.2
En la región de Tlapa se rinde culto al rayo en la figura de san
Marcos,el santo que según mitos locales entregó el
maíz a los pueblos de la mixteca nahua tlapaneca y se le
representa ataviado de verde, simbolizando la vegetación, con un
bule para agua, una mazorca, una calabaza e invariablemente
acompañado de un felino (león) que los indígenas
han interpretado como un tecuani, tigre o jaguar, de gran importancia
en sus danzas, máscaras y combates rituales.3

© Yael Martínez/Orlando Velázquez. De la serie La sangre y la lluvia, 2016/2017.
En estas comunidades agrícolas existe una oposición
entre el rayo y el arcoíris, pues según las
investigaciones de Neff, san Marcos tiene un látigo-rayo con el
cual pega a la Serpiente-Quetzalcóatl que se encuentra al pie
del arcoíris. El rayo es el símbolo de la
propiciación de la lluvia, en tanto que el arcoíris
representa su retirada y el inicio de la temporada de sequía.
Los pueblos mixtecos, amuzgos, tlapanecos y triquis organizan
procesiones a los cerros, las grutas y los nacimientos de agua para
preparar el arribo de las lluvias. Mientras tanto, en los pueblos
nahuas se festeja la Santa Cruz (2-3 de mayo) a la que se considera
“Nuestra Señora de la Tierra que sembramos”. Se
trata de una “Cruz de Agua” pintada de azul, que es el
color emblemático de Tláloc, antigua deidad de la lluvia,
el rayo y la tormenta. A esta cruz se le ofrece comida para que traiga
la lluvia y proteja los cultivos.4
En términos generales se puede decir que el
primer gran periodo de fiestas patronales se realiza para propiciar,
recibir y controlar las lluvias que descienden sobre los campos de
cultivo o milpas, sembrados desde hace milenios con maíz,
calabaza y frijol. Durante este periodo predominan los santos
masculinos: san Marcos (25 de abril); san Miguel (8 de mayo); san
José (19 de mayo); san Juan (24 de junio); Santiago (25 de
julio); san Miguel (27-30 de septiembre) y san Lucas (18 de octubre).
En cambio, durante la temporada de secas, se rinde culto a distintas
advocaciones de la Virgen María: Virgen de la Natividad (8 de
septiembre); Virgen del Rosario (6-7 de octubre); Virgen de la
Concepción (8 de diciembre) y Virgen de Guadalupe (12 de
octubre, 12 de noviembre, 12 de diciembre, 12 de enero, 12 de febrero).5
El sincretismo religioso que se ha generado a lo
largo de los siglos en las actuales comunidades indígenas y
campesinas de Guerrero ha tenido como eje central el trabajo
agrícola y la alternancia entre el predominio de las lluvias y
el del Sol. En torno a estos pueblos se ha conformado una
geografía sagrada. Los lugares elegidos tradicionalmente para
realizar rituales mágico-religiosos comprenden desde cuevas,
pozos y grutas, que remiten al inframundo por su conexión con la
dimensión subterránea, hasta la cima de los cerros y
montañas, donde se evidencia una relación directa con el
cielo, sus astros y condiciones meteorológicas, pasando por los
parajes más diversos como ríos, manantiales, mesetas,
cañadas, campos de cultivo, encrucijadas, rocas y árboles
significativos, entre otros. Todo ello conforma lo que Johanna Broda
denominó paisaje ritual y cada comunidad acude a rendir culto a
sus deidades y espíritus de acuerdo con una mitología y
una tradición local, que vista en su conjunto constituye un
complejo entramado que regula las relaciones de las comunidades entre
sí, en su propio interior y con el mundo en su totalidad.
OBSEQUIAR A LAS DEIDADES
Sin
restar importancia a cada uno de los componentes del paisaje ritual,
debo mencionar que la topografía de la región permite
destacar la función que los cerros desempeñan en la
geografía sagrada. A ellos se acude en concurridas
peregrinaciones para entregar ofrendas a las deidades y
espíritus auxiliares. Ofrendar alimentos y bebidas con
música, danzas, flores aromáticas, oraciones y cantos,
rogativas y súplicas con velas encendidas y el humo del copal
envolviendo el ambiente, tiene el propósito de propiciar,
agradecer y asegurar la llegada, la permanencia y el retorno de las
lluvias que permiten el mantenimiento y el bienestar de los pueblos.
El acto de colocar una ofrenda en el interior de una
iglesia, en una cueva, un manantial, la cima de un cerro o en el altar
familiar, cumple una función social y cósmica porque pone
en movimiento, en mayor o menor medida, complejos de relaciones que
implican a familiares y amigos, padrinos, compadres, mayordomos,
fiscales, sacerdotes, rezanderos, cantores, acompañantes e
invitados, en un sistema de reciprocidades que fortalecen los lazos de
unión de distintos grupos y de la comunidad en su conjunto, al
tiempo que activan las fuerzas y poderes sobrenaturales para que operen
satisfaciendo las peticiones que se les hacen, reafirmando de este modo
los vínculos místicos con los individuos ofrendantes en
lo particular y con la comunidad demandante en lo general.
Los destinatarios de las ofrendas, generalmente
compuestas por tamales, tortillas, guisos locales, mezcal o
aguardiente, café, pan, flores, velas y sahumerios donde arde el
copal, son tanto los santos del panteón católico como los
“dueños” de los lugares y los espíritus
auxiliares que trabajan con los especialistas rituales. En Zitlala, por
ejemplo, se construye un arco donde se colocan vísceras de
animales sacrificados para ofrendar a los zopilotes, pues se considera
que son ellos los que acarrean las nubes. En san Agustín Oapan
también se les ofrenda porque se piensa que de esta manera se
alimenta al viento, que en forma de zopilote empuja las nubes hacia los
campos de cultivo donde crece el maíz; en la zona tlapaneca se
ofrenda a los ratones, a los que se emborracha con mezcal para que no
destruyan la cosecha; a la Cruz de Agua, pintada de azul, se le da de
comer “para que traiga la lluvia y proteja los cultivos”;
también se ofrenda a la Xilocruz, Cruz del jilote o maíz
tierno colocando flores de cempaxúchitl en las plantas de
maíz; se alimenta también a los ídolos, al Sol, al
rayo, a los pozos y nacimientos de agua, a los elotes más
grandes se les ofrece un pollo entero y a la tierra se le ofrece el
corazón de un chivo sacrificado o la sangre y las cabezas de
pollos negros; al teponascle se le da de beber y para los
espíritus de los muertos se disponen en el piso petates
cubiertos con un banquete que será también servido a los
familiares e invitados.6 También
existen ofrendas que forman parte de los procesos curativos de
enfermedades causadas por algún daño de tipo
mágico o padecimientos de filiación cultural que
provienen de una larga tradición, como la pérdida de la
sombra o el espíritu y el mal de ojo. Entonces se ofrenda a las
hormigas y las culebras, que tienen poderes especiales, o a la
dueña del agua o a las sirenas, seres acuáticos que viven
en los ríos y manantiales y pueden provocar enfermedades.7
En todos estos casos los espíritus ofrendados se alimentan de
los “aromas” que despiden tanto los alimentos como las
bebidas, el copal humeante y las flores.
© Yael Martínez/Orlando Velázquez. De la serie La sangre y la lluvia, 2016/2017.
LOS TIGRES Y EL MAÍZ
Samuel
Villela refiere un mito de origen del maíz estrechamente
relacionado con los combates rituales que se llevan a cabo en varias
comunidades, sea mediante golpes con los puños; mediante azotes
con una especie de macana que lleva atada una cuerda; o
enfrentándose en una lucha cuerpo a cuerpo, los combatientes
disfrazados de tigres ofrendan el esfuerzo, el dolor y la sangre
derramada a las deidades que traerán buenas lluvias y buenas
cosechas.
El mito relata lo siguiente:
En
una situación de hambre y desamparo, Acatl y Cihuatzin engendran
un tigre verde y uno amarillo, respectivamente. Estos tigres
serían sus nahuales (es decir sus alter ego en forma de animal)
decididos a ayudar a los hombres. Los tigres tratan de entrar al
Tonacatépetl (cerro mítico que contiene alimentos,
principalmente maíz) pero este está custodiado por las
Tzicatanas (hormigas grandes). Con engaños, el tigre verde las
distrae mientras el amarillo sustrae las semillas de los alimentos.
Pero Tláloc los descubre y les manda rayos, viento y lluvia. Los
tigres rodaron cuesta abajo para huir, pero en ese trayecto perdieron
las semillas, por lo cual el tigre amarillo le reclamó al verde
y empezaron a pelear. La pelea duró varios días. Mientras
tanto la gente del pueblo se dio cuenta que las semillas estaban
germinando, con lo cual los dioses perdonaron a los hombres.8
El mito revela varios aspectos interesantes: en primer lugar, la
eterna persistencia de la dualidad representada en los tigres verde y
amarillo, cuyos colores evocan la vegetación y la aridez en los
campos. Pero el relato también da cuenta del desequilibrio que
causa el robo de las semillas, pues toda apropiación debe ir
acompañada de una retribución que mantenga el equilibrio
y la armonía de la economía holística, sustentada
en la reciprocidad, como mencioné al principio. Tláloc,
dios de la lluvia, castiga este robo y envía rayos, vientos y
lluvia, es decir, desencadena un temporal favorable a la agricultura,
con lo cual reverdece el campo y brotan las semillas de los alimentos y
con ello la posibilidad de retribuir a los dioses lo que se les
había quitado indebidamente. En consecuencia, las deidades
perdonan a los hombres. Pero este ciclo no se hubiese llevado a cabo
sin la pelea de los tigres, que los hace caer, lastimados, y soltar las
semillas que los van a redimir. El combate como escenificación
del enfrentamiento entre fuerzas contrarias pero complementarias, es,
entonces, de primordial importancia en los rituales de petición
de lluvias en la Montaña de Guerrero.
La ritualidad de los pueblos es la puesta en escena,
y con ello la actualización de un conjunto de mitos que les
proporcionan una visión completa y compleja del mundo que
habitan. El entorno que nosotros llamamos “natural” y que
consideramos deshabitado, desprovisto de inteligencia e
intencionalidad, para las culturas tradicionales está poblado de
seres con los que es posible entablar vínculos con la finalidad
de propiciar el bienestar personal y colectivo. Después de
siglos enteros de permanencia cambiante de la cosmovisión
indígena y su compleja ritualidad, no fueron las deidades de los
pueblos nativos las que se desvanecieron como humo en el viento, sino
la fallida idea de que se trataba de demonios malignos.
© Yael Martínez/Orlando Velázquez. De la serie La sangre y la lluvia, 2016/2017.
Bibliografía
Neff F (1994) El Rayo y el Arcoíris, INI, Secretaría de Desarrollo Social, México.
Good C (2004) La vida ceremonial en la construcción de la
cultura: procesos de identidad entre los nahuas de Guerrero. En Historia y vida ceremonial en las comunidades mesoamericanas,
Johanna Broda y Catherine Good, coordinadoras, INAH-UNAM,
Colección Etnografía de los Pueblos Indígenas de
México, Serie Estudios Monográficos, México.
- Trabajando juntos: los vivos, los muertos, la tierra y el maíz en Historia y vida ceremonial en las comunidades mesoamericanas, ibid.
- Ofrendar, alimentar y nutrir: los usos de la comida en la vida ritual nahua, ibid.
Good C (2013) La circulación de la fuerza en el ritual: las
ofrendasnahuas y sus implicaciones para analizar las prácticas
religiosas mesoamericanas. En Broda Johanna Convocar a las dioses: Ofrendas mesoamericanas, CONACULTA-Instituto Veracruzano de la Cultura, Colección Voces de la Tierra, México.
Villela S (2006) Ídolos en los altares. La religiosidad indígena en la Montaña de Guerrero, Arqueología Mexicana, Vol. XIV, Número 82, Noviembre-diciembre-2006.
- (2009) El culto a las deidades de la lluvia en la Montaña de Guerrero, Arqueología Mexicana, Vol. XVI, Número 96, marzo-abril-2009.
NOTAS
1 Good (2004): p. 165-173.
2 Neff (1994): p. 37.
3 Villela (2006).
4 Neff (1994): p. 50.
5 Neff (1994): p. 53.
6 Neff (1994); Good (2013).
7 Good (2013): p. 55.
8 Villela citando a Gómez Avendaño.
Julio Glockner
Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades
“Alfonso Vélez Pliego”, BUAP
julioglockner@yahoo.com.mx
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